Uno de los males adquiridos por los tiempos en que vivimos es, bajo mi punto de vista, la menguante importancia que se le da a la palabra en sus acepciones de “facultad de hablar o aptitud oratoria”. Nos guiamos en exceso de lo que nos entra por los ojos y menos lo que lo hace por el oído y sale por la boca, lo que de facto nos convierte en seres más asociales e introspectivos. La comunicación verbal es fundamental en nuestra sociabilización, y un hecho que lo evidencia que (y lo sabemos bien, quienes somos padres) los niños después de aprender a caminar lo que les da independencia física, aprenden a hablar lo que les da sociabilidad y capacidad de manifestar sus deseos, preocupaciones o simplemente curiosidades. Pasan en un infante los años, para que de comunicarse verbalmente empiecen a hacerlo por escrito, el proceso de aprendizaje es así. Ahora estoy viviendo esa experiencia con mi hijo Fernando que hace ya sus primeros pinitos en la escritura, pero que tiene mucha facilidad de palabra, y observo como recurre en el IPAD (nuestros hijos son nativos tecnológicos) al SIRI o al dictado del Google para buscar algo, es la fuerza del verbo, de la palabra, de la comunicación en definitiva. Pero me preocupa que estemos retrocediendo, y que en un futuro no muy lejano la comunicación se produzca a través de las maquinitas, los sms, wasaps y demás medios. Os imagináis que algún día se dijese “al año andar, y los dos años mandar un wasap”… sería preocupante y deshumanizador.
Pues en política pasa algo parecido: la oratoria, la palabra, la comunicación, el convencer, el hablar y a la vez escuchar; está siendo sustituido por la fotografía, el impacto visual, el efectismo. Evidentemente todo se puede (e incluso de debe combinar), pero en demasiadas ocasiones recurrir a lo que entra por los ojos adormece lo que debe hacerlo por los oídos y evidencia un claro problema de comunicación. Cuantas veces oímos hablar de los problemas de comunicación de los partidos políticos (y que decir del que milito), pero es que en parte se ha renunciado en gran medida a esa comunicación verbal, lo que conlleva a no estar con tus semejantes y no practicar la comunicación hablar-escuchar-hablar. Lo bueno es que se puede –y se debe- recuperar, situando nuevamente a la palabra en el centro de nuestras vidas, seguro nos irá mejor, y más pronto que tarde recuperaremos la confianza de los demás, y ganaremos también personalidades y políticos que sean grandes oradores como lo fueron en otros tiempos Azaña, Ortega o incluso Suárez. Más expresarse y menos figurines.