Ángel, Manuel, Antonio, Carmen, Jesús, Mayka, Pilar… Podría dar una lista interminable de nombres anónimos, personas que no salen en las fotografías, que trabajan silentes ¿por ellos? No, por los demás. Pertenecen a organizaciones sociales —unas dependen de la Iglesia, otras son seglares— pero les une que la labor que desempeñan se centra en dos objetivos: la solidaridad y las personas.
Vigo no escapa de la dureza de una crisis en la que tanto personas como familias enteras dependen de estas organizaciones para paliar en la medida de lo posible su dramática situación. Admiro a estas personas porque son muy valientes, hay que serlo para, altruistamente, colocarse en el pellejo del conciudadano, mirarle a los ojos fijamente y sin derramar una lágrima (externamente, porque internamente estoy seguro que todos lo hacen) prestar ayuda, y a veces tener que decir «no», porque muchas son las necesidades y limitados los medios.
Solidaridad que se hace palpable con estas organizaciones y personas. Asistimos muchas veces, demasiadas, a tratar a las personas como meras estadísticas, como algo que al no sufrir en carne propia nos resulta ajeno, pero nada más lejos de la realidad. Propongo un ejercicio. Fácil en teoría, pero duro y muy difícil en la realidad. Dicen que los ojos son el espejo del alma, pues miremos entonces a los ojos a esas personas para que dejen de ser un número, una estadística.
Restemos importancia a lo que nos separa y apreciemos lo que nos une. En definitiva, dejemos de pensar en nosotros mismos para hacerlo en los demás. Debemos ser conscientes que la línea que separa uno y otro lado es ínfima. Trabajemos en disminuir la estadística, mientras que las administraciones les dan cobertura.
En 1889 se nos otorgó como ciudad el título de «siempre benéfica», ahora en 2014 debemos no solo conservar el título, sino hacerle justicia y ser más solidarios que nunca, a la fuerza ahorcan. Bajemos de los coches oficiales y pateemos las calles para observar y escuchar la realidad. ¡Hagámoslo ya!