¡Pensar! Que gran verbo, lo que encierra, lo que rebosa, los sacrificios que a lo largo de la historia han supuesto para muchas personas, a algunos hasta la vida les supuso, y no tenemos que remontarnos siglos, solo décadas y encontrarnos con personas en nuestra historia que han perdido su vida simplemente por conjugar el infinitivo con el que iniciaba esta reflexión. Pero ¿por qué esa persecución a “pensar”? Quizá porque de pensar nacen las ideas, de éstas aparecen avances y soluciones y por ende surgen las grandes transformaciones sociales. Pero para algunos (personas, pero incluso instituciones) suponen un peligro porque a veces supone avanzar y sobre todo romper el statu quo. Y pobre del que lo haga diferente, ese es el gran enemigo, el señalado, el díscolo, porque en el fondo gusta la uniformidad y el pensamiento sectario. Pensar, para mi es la forma más profunda de representación de la libertad, porque de no exteriorizar tu pensamiento, de permanecer en tu ser la libertad es absoluta.
De ahí la importancia de transformar el pensamiento en opinión, después puedes hacer lo más valiente en democracia, lo más justo para los ciudadanos si te dedicas a la acción política que es someter tu pensar, tu idea al contraste con otros a través del debate y después al escrutinio ciudadano.
La persecución por tu manera de pensar es la mayor forma de esclavitud que tiene una sociedad, porque supone transformar al hombre libre en rehén de la imposición de los demás. Eso es lo que pretenden las dictaduras uniformizar, es lo que pretenden las sectas imponer y es lo que buscan los mediocres porque se vuelven imprescindibles. Dejemos pues ser libres, pensemos y no hagamos persecución de quienes lo hagan diferente, solo respetémoslos, debatamos y concluyamos en nuestra propia libertad, en nuestra mente.