Era un día de verano, temprano, a penas daban las nueve de la mañana en el reloj, cuando con mi hijo Fernando y mi cuñado tomamos el camino del puerto de Portonovo. Habíamos decidido tener una jornada de navegación. A eso de las 10 después de revisar el Naos (así se llama el velero) nos hicimos a la mar. De los 4 que íbamos a bordo 2 teníamos titulación naútica y experiencia, el otro no había visto un barco en su vida (rezábamos para que no tuviese deseos de perder la vida por los efectos del mareo) y mi hijo tenía de aquella 4 añitos. Decidimos acercarnos a la Isla de Ons, con un buen plan navegar hasta allí con buen viento, rodear la isla, desembarcar y pasear hasta O Buraco do Inferno y luego tomar la comida favorita de Fernandito una buena y abundante ración de pulpo en el Bar Acuña.
Salimos con un través rumbo Bueu, para después dejarnos caer ciñendo hacia Ons. Lo estábamos pasando bien, nuestros acompañantes no se mareaban y mi hijo insistió en pescar para lo que tiramos una línea por popa y vaya si pescamos alguna rincha fue picando. “Luego los cenamos” decía Fernando. A las 12 de la mañana dejando la isla a babor, tuvimos que tomar un par de rizos porque el viento era fuerte y detrás de las islas siempre hay mar de fondo, y así fue, se puso muy feo, los golpes entrando en las olas asustaba a nuestros acompañantes porque la verdad estaba muy feo, redujimos trapo para mayor seguridad, y continuamos adelante, no podíamos tampoco hacer otra cosa, y nos acongojamos un poco, por lo que decidimos acercarnos un poco más a la costa en busca de resguardo, era algo más arriesgado porque los acantilados encierran más peligros, pero nos pareció más seguro que continuar más a mar abierto, además dije: “Que coño, si ya lo hemos hecho más veces y controlamos”, mi cuñado asintió “Tienes razón”. Llevábamos una marcación hacia la salida de la isla para rodearla y dirigirnos al puerto de Ons. De repente un grito
-“Papá, tío cuidado”,
-“¿Qué pasa Fernando?”
-“Esa roca está muy cerca” nos contestó;
-“Que va”, pasamos de sobra, “además eres pequeño y no tienes título no entiendes Fernando, no ves que vamos bien, como siempre”.
-“Uy, uy cuidado” “Hacedle caso al niño” gritó también nuestro amigo.
La verdad es que nos asustaron y viramos rápidamente y dejamos la punta de la saliente muy, muy cerca, pero la libramos. Arriamos las velas, nos pusimos al pairo cuando todo el peligro hubo pasado y pensamos en voz alta casi al unísono: “gracias Fernando, menuda vista tienes, por poco.” Por cierto acabamos tomando el pulpito que estaba de rechupete, aunque tuve que correr para no quedarme sin él.
Moraleja: muchas veces hacemos cosas movidos por la costumbre y la experiencia y no queremos fiarnos de los inexpertos cuando la percepción puede ser más acertada. Trasladado a la política si ves que los dirigentes te llevan a las rocas dilo, y éstos deberían reflexionar que si tantos lo dicen puede ser por algo, y más vale echar en un momento dado el freno que perderlo todo en el intento.